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sábado, 19 de abril de 2014

DE LA CULPABILIDAD DE LOS JUDIOS EN LA PASION DE CRISTO




En estos días este artículo es muy especial porque desde Concilio Vaticano II, se ha tratado de exonerar a los judíos de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, yendo en contra del Antiguo Testamento, sobre todo de los profetas Jeremías e Isaías quienes, vivamente nos narran la pasión del Señor, he aquí sus testimonios y la colaboración de los judíos en ella, dicha no de manera explícita sino implícita: ”Ellos dijeron:

“Venid, tomemos vamos a herirle con la lengua, y no demos oído a ninguna de sus palabras” Atiéndeme ¡oh Yave!, y oye la voz de mis adversarios. ¿Se paga por ventura mal por bien? Pues me cavan una hoya” (Jer. 18, 18,19). E Isaías narra con dramáticas palabras los efectos de esas palabras de Jeremías: 

“¿Quién creerá lo que hemos oído? ¿A quién fue revelado el brazo de Yave? Sube ante él como un retoño no hay en él parecer, no hay hermosura para que le miremos, ni apariencia para que en él nos complazcamos. Despreciado y abandonado por los hombres, varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento, y como ante el cual se oculta el rostro sin que le tengamos en cuenta”. 

Entre los Evangelistas San Juan es el que mejor describe esta participación de los judíos en el Deicidio poco antes de su sentencia, la descarada negación de su reinado sobre ellos, la petición de homicida por el justo hasta proferir la maldición sobre sus sobre sí mismos y sobre sus hijos:


“Convocaron entonces los príncipes de los sacerdotes y los fariseos una reunión, y dijeron: “¿Qué hacemos pues que este hombre hace muchos milagros? Si lo dejamos así, todos creerán el Él,  y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación. Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada; ¿no comprendéis  que conviene que muera un hombre por todo el pueblo y no que perezca todo el pueblo?”  


San Mateo sin duda alguna recoge uno de los testimonios más significativo y muy explicito sobre el tema que nos ocupa cuando después de haberse lavado las manos y dicho: “Inocente soy de la sangre de este justo, haya vosotros” a lo que contestaron: 

“Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”  LA MALDICION consecuencia del DEICIDIO, finalmente contra el sentir de la tradición milenaria que enseñó, enseña y enseñará la participación activa de la muerte de nuestro Salvador por parte de los judíos. He aquí lo que dice el Angélico en la teología católica sobre este tema.


En artículo 5, 3. q 47 Santo Tomás plantea una cuestión muy interesante para establecer la concordia entre diversos pasajes del Nuevo Testamento. Efectivamente, de una parte habla Jesús de los judíos diciendo que, “si no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado…Si no hubiera hecho entre ellos obras como ningún otro hizo, no tendrían pecado, pero ahora no solo han visto, sino que me aborrecen a mí y a mi Padre”. (Io. 15,22-24) 


Estas palabras se ven confirmadas en la conducta de los judíos con Jesús. Ahora bien, si tienen pecado, como lo dice el Salvador, luego tienen conocimiento de quien es Él. La parábola de los viñadores parece confirmar esto mismo. Pero enfrente de estos textos tenemos otros que arguyen ignorancia entre los judíos. Empecemos por las palabras del Señor en la cruz

“Padre, perdónalos; porque no saben lo que hacen (Lc. 23,34). Y las otras de San Pedro: “Ahora bien hermanos, yo sé que por ignorancia habéis hecho esto, como también vuestros príncipes (Act. 3,17). Más expresivas son las palabras de San Pablo que los príncipes de este siglo no conocieron la sabiduría del Evangelio, “pues, si la hubieran conocido nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria” (1Cor. 2,8).


Entraba en los planes de Dios que Jesús se revelase como Mesías e Hijo de Dios con palabras y obras, de suerte que los hombres de buena voluntad le pudieran reconocer; mas también debía cumplirse el misterio de la cruz, del cual dependía la salud del mundo, cooperando a ello los hombres con su ignorancia y con la PREVERSION DE SU VOLUNTAD incrédula. Misterio grande de la providencia de Dios que los judíos rechacen al Mesías, por quien tanto habían suspirado.


La solución de Santo Tomás empieza a distinguir entre el pueblo indocto, que al principio se entusiasmaba con la doctrina y los milagros de Jesús, y las clases directoras, los sacerdotes, fariseos y escribas, que  creían poseer las llaves de la sabiduría. La responsabilidad de los primeros es escasa comparada con la de los segundos. A aquellos conviene plenamente la excusa del Señor y las de San Pedro arriba citadas.


Cuanto a las clases directoras del pueblo, que estaban más capacitadas para juzgar, es preciso distinguir en Jesús la mesianidad, la filiación divina per excellentiam gratiae singularis y la filiación divina per naturam. De todos estos puntos había dado Jesús argumentos eficaces sobre cada uno de los tres aspectos de su personalidad; que no es igual el ministerio de su mesianidad que el de una justicia excelente, que el de la divinidad. La lumbre sobrenatural, que sería suficiente para hacer ver lo primero, no lo era para manifestar lo segundo y menos lo tercero. 

Pero en los tres casos esa lumbre divina exige aquella buena voluntad de que nos habla el coro angélico, y esa es la que los escribas y doctores les faltaba y por la que fueron GRAVISIMAMENTE RESPONSABLES de la muerte de Jesús. Era su IGNORANCIA AFECTADA, que no excusa de la culpa. 

De manera que los judíos pecaran al pedir la crucifixión de Jesucristo, Hijo del hombre, y también Hijo de Dios. Y esto nos dice de la gravedad d este pecado. Para sellar este comentario, y a la vez, aclararlo más, citamos a continuación las palabras de Santo Tomás

“Hay que distinguir en los judíos los mayores y los menores. Son los mayores los que se decían sus “príncipes”, de estos, como de los demonios, se dice en el libro “Cuestiones del Nuevo y Antiguo Testamento” que “conocieron ser Jesús el Mesías prometido en la ley, pues veían en El cuantas señales habían predicho los profetas”; pero el misterio de su divinidad lo ignoraron, por lo cual dice el Apóstol: “Si lo hubieran conocido, nunca lo hubieran crucificado al Señor de la gloria”.


Hemos, sin embargo, de tener en cuenta que su ignorancia no les excusaba de crimen, pues era ignorancia afectada. Veían las señales evidentes de su divinidad, mas, por odio o por envidia de Cristo, las pervertían, y rehusaban dar fe a las palabras con que se declaraba ser Hijo de Dios. Por esto el mismo Señor dice de ellos: “Si no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; mas ahora no tienen excusa de su pecado”. Y luego añade: “Si no hubiera hecho entre ellos obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado”. Bien puede considerarse como dichas en la persona de ellos mismos las palabras de Job: “Dijeron a Dios; retírate de nosotros, no queremos la ciencia de tus caminos”.



En cuanto a los menores, es decir, al pueblo, que ignoraba los misterios de la Sagrada Escritura, no alcanzaron un pleno conocimiento de que El fuera el Mesías ni el Hijo de Dios; y aunque algunos de ellos creyeron en Cristo, pero la masa del pueblo no creyó. Y, si alguna vez llegaron a sospechar que El era el Mesías, por los milagros y por la eficacia de su doctrina, como consta por San Juan, luego fueron engañados por los príncipes para que no creyeran ser el Mesías y el Hijo de Dios. Por esto San Pedro les dice: “Yo sé que por ignorancia habéis hecho esto, igual que vuestros príncipes”, porque habían sido engañados por estos.