Traducir

jueves, 26 de marzo de 2015

MEDITACIONES: Jueves sexto de Cuaresma



Meditación
Por el P. Alonso de Andrade
De la conversión de Santa María Magdalena

   El Evangelio dice, que sabiendo Santa María Magdalena que Cristo era convidado a comer  de un fariseo, fue a buscarle y se arrojó a sus pies lavándolos con sus lágrimas, y limpiándolos con sus cabellos, y ungiéndolos con un  ungüento oloroso; de lo cual juzgó mal el fariseo y murmuró de ambos en su corazón; pero Cristo defendió a la pecadora arrepentida, y le perdonó sus pecados, y envió en paz a su casa.

   Punto I.- Contempla tres convites que se celebran. El primero del fariseo que convidó a Cristo a comer los manjares del cuerpo, pero el Salvador le admitió por darle a él, y Santa María Magdalena los del alma; que con esta intención se han de admitir los convites. El segundo es de Santa María Magdalena que convida a Cristo y le da por manjar su corazón, sazonado con el fuego de su amor y el arrepentimiento de sus pecados, y por bebida copiosas lágrimas derramadas de las fuentes de sus ojos , y aprende a convidar a Cristo y a rogarle que venga a tu pobre casa, y ofrécele tu corazón, sazonado con el fuego de la verdadera contrición y dolor de los pecados. El tercer convite es el que hace Cristo a los dos, retornándoles el manjar de vida y el sustento del alma al fariseo corrigiendo sus yerros y curándole las llagas de su conciencia, y a Santa María Magdalena perdonándole sus pecados y enriqueciéndola de tesoros  espirituales y dándoles a ambos el pasto de su celestial doctrina. Medita estos tres convites, y saca de cada uno el sustento y provecho de tu alma.

   Punto II.- Considera a Santa María Magdalena a los pies del Salvador llorando y callando por la vehemencia del amor y dolor de sus pecados, y ungiendo con oloroso ungüento los pies de Cristo, limpiándolos con sus cabellos. Entra en su pecho y contempla su corazón abrasado en amor y en dolor de haber ofendido a Dios. Oye lo que dice, porque callando habla y enmudecida da voces con las niñas de sus ojos y los arroyos de lágrimas que derrama; mira qué grato servicio hace a Cristo, y acompáñala en su llanto; arrójate a los pies del Salvador callando y llorando, que Él admitirá tu contrición y te hará las mercedes que hizo a esta santa pecadora.

   Punto III.- Considera cómo el fariseo sintió mal de Cristo porque se dejaba tocar de esa pecadora, y de ella porque le tocaba condenando en su corazón a los dos, y cómo penetró Cristo lo que juzgaba en su corazón, y le reprendió suavemente volviendo por la honra de los dos, a donde tienes mucho que aprender; lo primero a no  murmurar de los servicios que se hacen a Dios, ni de las personas espirituales que se rigen por fines superiores que no se pueden condenar. Lo segundo, a tener paciencia si te vieres murmurado por las buenas obras que hicieres como Santa María Magdalena; persuadiéndote que de todo hay quien diga mal. Lo tercero en dejar a Dios tu causa, que Él volverá por ella como Cristo volvió por esta santa pecadora.  Lo cuarto advierte que Dios mira y penetra lo íntimo de tu corazón, y que no se le esconde nada y trata las cosas interiores de tu alma como quien obra en la presencia de Dios.

   Punto IV.- Considera cómo Cristo se volvió a mirar a Santa María Magdalena, y premiando su humildad y arrepentimiento, le dijo que le perdonaba sus pecados y que se partiese en paz. ¡Oh alma mía! Y qué tesoro tienes aquí para sacar oro finísimo y enriquecerte de bienes celestiales. Volvió Cristo el rostro a Santa María Magdalena y luego le perdonó sus pecados, y con el perdón le comunicó la paz y tranquilidad de su alma; estos son los grados por donde viene al espíritu de santidad. Lo primero el mirarle Dios, lo segundo perdonarle, y luego darle la paz, que no puede tenerla el que está poseído de sus pecados. ¡Oh buen Jesús! Miradme a mí y tened misericordia de mí; no os de en rostro la fealdad de mis culpas, más venza vuestra piedad la grandeza de mis pecados. Miradme y perdonadme como a esta santa pecadora, que a mí me pesa de haberos ofendido y quisiera tener sus lágrimas y contrición para dolerme y lavarme de mis culpas. ¡Oh Señor! Y qué paz y gozo inexplicable disteis a su alma con aquella palabra, tus pecados son perdonados, vete en paz. ¡Oígalo yo, Señor, de vuestra boca, y dad paz a este pecador! Que si Vos no me la dais nunca la podré alcanzar.