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viernes, 20 de marzo de 2015

PRESENCIA DE SATAN EN EL MUNDO MODERNO: Capitulo 5

 
CAP. V
Casos de posesión en los
Siglos XIX y XX

En Ars.
En el presente capítulo vamos a agrupar cierto número de casos de posesión que se encuentran escalonados desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la primera mitad del XX Tomaremos a Ars, nuevamente, como nuestro punto de partida.
Pero volvemos a encontrar allí al santo cura, no ya como sujeto a las infestaciones diabólicas, sino echando al demonio por la fuerza de sus exorcismos.
He aquí, primeramente, un hecho que tuvo por testigo al herrero del pueblo, Jean Picard, el cual declaró en el proceso de beatificación.
Una posesa había sido llevada a Ars por su propio marido. La mujer estaba furiosa y lanzaba gritos desarticulados. Imposible comprender nada de lo que decía. El cura de Ars, después de haberla examinado, comprendió que estaba bajo la influencia de la acción diabólica y declaró que era necesario llevarla al obispo de su diócesis.
Súbitamente, la mujer recobró la palabra y fue para maldecir en los siguientes términos:
"¡Bien! ¡Bien! ; La criatura volverá allá!. . . ]Ah, si yo tuviera el poder de Jesucristo los hundiría a todos en los infiernos!
"—Pues mira, conoces a Jesucristo — dijo en seguida el abate
Vianney—. ¡Y bien! Llévenla al pie del altar mayor."
Cuatro hombres se apoderaron de ella y pese a su resistencia la depositaron donde el cura había dicho.
Extrayendo entonces su gran relicario que siempre llevaba en el bolsillo, el abate Vianney lo apoyó sobre la cabeza de la posesa, la cual cayó al suelo como si estuviera muerta. Al cabo de un instante se irguió sin ayuda y salió con paso rápido de la iglesia. Una hora más tarde regresó muy tranquila, tomó agua bendita para santiguarse y se arrodilló. Estaba completamente liberada. Se quedó en Ars con su marido durante tres días más, como ejemplo edificante para los peregrinos por su bondad y su piedad.
¡La acción del cura de Ars había sido pues extraordinariamente eficaz!
 
Lo mismo ocurrió en el caso siguiente: Se trataba esta vez también de una mujer, pero acompañada de su hijo. Ambos provenían de los alrededores de Clermont-Ferrand. Hacía cuarenta años que esta mujer sufría y se la creía poseída por el demonio. En Ars mismo, demostró en efecto síntomas muy claros. Se la vio bailar parte del día, cantando, cerca de la iglesia. Hasta ahí podría tratarse de un caso de simple demencia. Pero revelador fue que al darle de beber unas gotas de agua bendita se puso súbitamente furiosa y empezó a morder los muros de la iglesia.
 
Un sacerdote extranjero que se hallaba presente tuvo piedad de ella. La condujo al camino por donde debía pasar el abate Vianney entre la curia y la iglesia. El santo apareció en efecto y dio a esta mujer, cuya boca estaba llena de sangre, una simple bendición. Inmediatamente la desgraciada se tranquilizó completamente ¡y las terribles crisis que sufría desde hacía tantos años no volvieron jamás! Un tercer caso provenía de la diócesis de Aviñón. Una joven maestra que daba señales de posesión demoníaca, fue llevada por orden del obispo que había estudiado su caso personalmente, al cura de Ars.
 
Iba acompañada de un vicario de la parroquia de San Pedro, de Aviñón, y de la Superiora de las Franciscanas de Orange. Llegaron a Ars en la noche del 27 de diciembre de 18 57. Al día siguiente por la mañana la hicieron entrar en la sacristía, en el momento en que el santo cura revestía los ornamentos para celebrar la misa. Pero en seguida la posesa se puso a gritar, tratando de huir:
"—Hay demasiada gente aquí —exclamaba.
"—Hay demasiada gente —repuso el cura—; ¡pues bien! ¡Saldrán todos!"
Y ante una señal de su mano se quedó solo frente a frente con Satán. Al principio sólo se oyó desde adentro de la iglesia un ruido confuso y violento. 
Luego el tono se elevó aún más. El vicario de Aviñón, vigilante junto a la puerta, pudo desde ese momento captar el siguiente diálogo:
"— ¿Quieres entonces salir a todo trance? — decía el abate
Vianney.
"— ¡Sí!
"—iY por qué?
"— ¡Porque estoy con un hombre que no quiero!
"— ¿No me quieres entonces? —preguntó el cura con tono irónico.
"—\No —gritó el espíritu infernal. Y este ¡No! estaba proferido en tono estridente y furioso."
Pero casi en seguida la puerta volvió a abrirse. Todos pudieron ver a la joven maestra llorando de alegría y, en adelante recatada y modesta, con una expresión de agradecimiento en el rostro. ¡Estaba liberada! Pero de pronto un sentimiento de temor volvió a asaltarla y volviéndose hacia el abate Vianney le dijo:
"— ¡Tengo miedo que él regrese!
"—No, hija mía — contestóle el santo hombre —, o no tan pronto."
La joven pudo volver a su pueblo y a sus funciones de educación en la ciudad de Orange. ¡Y él no retornó! Otro ejemplo memorable de la acción del abate Vianney en sus encuentros con Satán: Era una tarde, el 23 de enero de 1840. Una mujer llegaba del Haute Loire, de los alrededores de Puy, acababa de arrodillarse en el confesionario del cura de Ars. Pero en el momento en que éste le urgía que empezara la confesión de sus pecados se oyó súbitamente una voz amarga y fuerte que exclamaba:
"¡No he cometido más que un pecado y doy parte de este bello fruto a todos los que quieran compartirlo! 
Levanta la mano y absuélveme.
¡Ah, la levantas bien, algunas veces, para mí, porque estoy a menudo junto a ti en el confesonario!"
Comprendiendo que tenía que vérselas con el demonio, pero queriendo estar seguro de ello, el abate Vianney le hizo en latín la pregunta del Ritual:
"—Tu quis es? (¿Quién eres tú?)
"—Magister Caput! (el Maestro en Jefe) —replicó el otro, luego continuando en francés exclamó:
"— ¡Ah, sapo negro, cuánto me haces sufrir! Siempre dices que quieres marcharte. ¿Por qué no lo haces?. . . ¡Hay sapos negros que me hacen sufrir menos que tú!
"—Voy a escribirle a monseñor — respondió el cura — para hacerte salir.
"—Sí, pero haré temblar tanto tu mano que no podrás escribirle ¡No te escaparás, no creas! ¡He ganado a más fuertes que tú!. . . ¡Y todavía no estás muerto! Sin esta... (Aquí una palabra grosera para designar a la Santísima Virgen), que está allí arriba, no te escaparías; pero ella te protege, con ese gran dragón (evidentemente San Miguel) que está en la puerta de tu iglesia. . . ¿Di, por qué te levantas tan temprano? Desobedeces a la túnica violeta (a tu obispo). ¿Por qué predicas con tanta sencillez? Eso te hace pasar por un ignorante. ¿Por qué no predicas en grande como en las ciudades?'"

Y las invectivas continuaron así todavía largo rato, contra varios obispos y varias categorías de sacerdotes. ¡Pero Satán tuvo que reconocer, a pesar suyo, que el cura de Ars era un verdadero servidor de Dios!
 
Monseñor Trochu, que relata esta batalla, no dice cómo terminó, pero podemos suponer que terminó, como todas las otras, con la derrota de Satán.
Es de notar que en este caso existe, a la vez, posesión de una mujer e infestación del santo cura por el Diablo.
 
Citemos, por fin, la cura de una posesa por el abate Vianney en el extremo final de su vida. Era el 2 5 de julio de 18 59. Debía acostarse al día siguiente para no volver a levantarse. Le llevaron no sin trabajo, hacia las ocho de la noche a "una mujer que pasaba por posesa". Su marido que estaba con ella entró con la mujer en el presbiterio.
 
El abate Vianney se reunió con ellos. ¿Qué ocurrió? No se sabe con precisión, pero lo seguro es que la mujer fue liberada. Un buen número de testigos que se hallaban en la puerta del presbiterio la vieron salir de golpe, libre y contenta. Pero uno de ellos dijo: "Se yo en el patio un ruido semejante al de las ramas de árbol violentamente quebradas. Esto hizo un ruido tan tremendo que los presentes se espantaron. Ahora bien, añade el señor Oriol en su declaración, ¡cuando yo entré en la curia después de la oración de la noche, vi que los saúcos estaban intactos!"
Una vez más posesión e infestación se habían unido.

Los posesos de Illfurt

1 Hablaremos no obstante de un caso muy reciente de posesión en el cual el demonio declaró que no tenía permiso para insultar a María, y que debía
Llamarla "Señora".

 
Salimos de Ars que acaba de darnos bastantes casos de posesión, llegados de distintas regiones de Francia. Y nos trasladaremos a Alsacia.
El cura de Ars acababa de morir el 4 de agosto de 1859. Los hechos de posesión que vamos a recordar se desarrollan en Illfurth entre 1864 y 1869. Advirtamos que Illfurth está situado a siete kilómetros de Altkirch, en el confluente del 111 y del Largue, y sobre el canal del
Rhóne al Rhin, distrito de Mulhouse. Era entonces un pueblo grande de 1.200 habitantes.
Las víctimas del Demonio en esta localidad fueron dos hermanos, el uno Thiébaut Buerner, de nueve años, el otro Joseph, de siete solamente. Hacia fines del año 1864, presentaron el uno y el otro síntoma de una enfermedad que desconcertó a los médicos. En septiembre de 1865 aparecieron fenómenos completamente anormales.
 
Los dos niños, por ejemplo, si se acostaban de espaldas podían volverse y revolverse como trompos vivientes, a una velocidad increíble. Pero esto no era todo: eran víctimas a veces de hambres insaciables. Sus vientres se les inflaban en forma desmesurada. Decían que tenían en el estómago como una bola y que un animal vivo se movía dentro de ellos de arriba abajo.
Y todavía más que eso: a veces si estaban sentados en una silla, ésta se levantaba con ellos, movida por una mano inasible y permanecía en el aire sin razón aparente. Hemos visto más arriba, junto con Saudreau, que éstas son señales precursoras, reveladoras de la posesión.
 
Estas señales tenían en Illfurth innumerables testigos, personas reposadas
e instruidas, que no se dejaban llevar a creer, sin pruebas, extravagancias como las que nos informa la crónica. El señor Gruninger, cuya obra hemos citado largamente en el capítulo anterior, atestigua que entre los testigos de los hechos acaecidos en Illfurth se hallaba su propio padre y que éste ha informado muchas veces lo que pasaba. Por lo demás, se hablaba de ello en toda la región.
 
Era imposible que en una diócesis tan esclarecida como la de Estrasburgo, no se les ocurriera muy pronto a algunos católicos y sacerdotes que podía existir ahí un caso de posesión. Se trató de poner la cosa en claro. Hubo ensayos de exorcismo al cabo de los cuales los demonios fueron conminados a dar sus nombres.
Hemos anotado hace un instante las palabras sacramentales que pronunció el cura de Ars en un caso semejante: (Tu quis es?)
 
(¿Quién eres tú?)" Conminados a nombrarse, los espíritus infernales, al no encontrarse tal vez frente a una autoridad tan imponente como la del santo hombre de Ars, se negaron a hacerlo durante mucho tiempo. Por fin, sin embargo, se supo que había por lo menos dos espíritus diabólicos en cada niño. El mayor, Thiébaut, estaba atormentado por dos demonios que pretendían llamarse Ypés y Oribas.
El más joven de los dos varones tenía en el cuerpo un demonio llamado Zolathiel, pero nunca se pudo llegar a saber el nombre del otro.
 
Las señales reveladoras de la posesión indicadas en el Ritual Romano se verificaron en el caso de los dos chicos por cuanto hablaban los idiomas más diversos, o por lo menos contestaban las preguntas que se les hacían en latín, inglés, francés, alemán o en el dialecto local. Este conocimiento de los idiomas que nunca habían aprendido era ya un indicio concluyente. Otro indicio era la aversión insuperable por el agua bendita y en general por los objetos benditos. Tercer indicio: predicción de los acontecimientos que iban a ocurrir. Era inútil turnarse para interrogar a los dos jóvenes posesos. Estos daban pruebas de una ciencia muy impropia de su edad y de su instrucción al no dejar sin respuestas ninguna pregunta que se les hacía, inclusive sobre problemas difíciles o embarazosos. Esta ciencia no era evidentemente natural. Era, entonces, preternatural, pero todas las circunstancias tendían a probar que no era angélica, sino indiscutiblemente diabólica.
 
Estos hechos fueron pronto conocidos en toda Alsacia. El rumor se extendió hasta París. El obispado de Estrasburgo, como era su obligación canónica, hizo iniciarse una investigación. Por su parte el subprefecto de Mulhouse, a pedido de la Prefectura del Alto Rin, daba
la orden al brigadier de gendarmería Werner, de redactar un informe sobre los hechos.
Werner se dirigió al lugar. Si tenía un prejuicio, era desfavorable.
 
Estaba convencidísimo que en pleno siglo XIX la creencia en el Diablo era un infantilismo inadmisible. Pero no tardó en salir de su error cuando estuvo en el lugar. Ocurrían, decididamente, en Illfurth, cosas que estaban más allá de su entendimiento.
La autoridad eclesiástica por su lado había llegado a la conclusión que se imponía desde hacía mucho tiempo, a saber, que el exorcismo debía practicarse en el caso de los dos niños. Entre tanto, éstos habían crecido. Se estaba, efectivamente, en 1869. Las "diabluras" duraban desde hacía casi cinco años. Thiébaut, el mayor de los dos posesos, contaba entonces catorce años y su hermano doce.
La liberación iba a producirse en dos tiempos, es decir, los dos hermanos, uno después del otro.

Liberación de Thiébaut

Sobre el exorcismo que fue operado en el orfelinato de San Carlos,
Schiltigheim, tenemos el relato de un libro muy reciente; el del cura de Eichhoffen, en Alsacia, padre Suter, y de Francois Gaquére, doctor en letras y en teología, canónigo de Arras, bajo el título: En lucha con Satán. Los posesos de Illfurth. (Ediciones Marie-Mediatrice en Gen val, Bélgica, 1957.)
Recordemos primeramente el horror que el joven poseso manifestaba por las cosas sagradas y eso que pertenecía a una familia cristiana y había sido educado en la fe.
 
"Para él — dice en esta obra — una iglesia era una porquería, el agua bendita una chanchada, los sacerdotes unas faldas negras, unos clerizontes, las hermanitas de caridad unas basuras, los católicos unos roñosos, los niños, unos perros cachorro."
No cabe duda que es el demonio el que habla por su boca. Cuando manifiesta su presencia, el niño está como en éxtasis, postrado como un muerto. El chico, que es por lo demás apuesto aunque pálido y melancólico, tiene el aspecto de un desgraciado.
En el orfelinato donde lo habían llevado se mostraba tranquilo y no hacía más que jugar en el patio y pasearse. Nunca había sabido francés, pero contestaba en un lenguaje implacable y respondía también en latín, si se le hablaba en este idioma, por más que él no empleaba nunca primero este último idioma que jamás había aprendido.
 
Andaba libremente por todo, menos por la capilla. En cuanto se acercaba al santuario, aun cuando le vendaban los ojos para que no supiera dónde lo conducían, se endurecía, ladraba como un perro, osaba avanzar. Su rostro se tornaba horrible. Si se le asperjaba con agua bendita, se retorcía como un gusano que se aplasta y no volvía a serenarse más que cuando se le dejaba alejarse. El día elegido para el exorcismo era el 3 de octubre de 1869. Fue necesario llevar por la fuerza al chico hasta la capilla donde se le ató a un sillón mientras lo sujetaban además tres hombres: Schrantzer, Hausser y el jardinero, Andrés. Se hallaba sobre una alfombra, frente al comulgatorio, con el rostro vuelto hacia el tabernáculo. Sus mejillas habían enrojecido como si tuviera fiebre. De sus labios salía una espuma que caía al piso. Se volvía y revolvía en todas direcciones, como si hubiera estado sobre una parrilla, y buscaba con los ojos la puerta. El exorcista era el padre Souquat, provisto de los poderes de monseñor Racss, obispo de Estrasburgo. En el primer momento tuvo una vacilación muy comprensible, cuando oyó de boca del niño, que conocía apenas, esta exclamación brutal pronunciada con voz ronca y violenta: "¡Déjate de jorobar! ¡Fuera de aquí, roñoso!"
Desconcertado, casi desarmado, el exorcista, a quien rodeaban altas personalidades eclesiásticas y algunas religiosas, se dominó y empezó las letanías de los santos. Al oír las palabras: "¡Santa María, ruega por nosotros!" el diablo lanzó un grito aterrador: "¡Sal de la porquería, roñoso! —bramaba—. ¡No quiero!" Y repetía estas palabras en cada invocación de un santo. Había gritado más fuerte sobre todo cuando había oído: "¡Santos ángeles y arcángeles, rogad por nosotros!" Poco después, cuando el exorcista pronunció: "¡De los lazos del demonio, libéranos Señor!" se vio al poseso sacudirse y temblar todo entero. Empezó a lanzar aullidos, haciendo contorsiones frenéticas, ¡a tal punto que los tres hombres que lo sujetaban tenían dificultad en dominarlo! Las letanías terminaron, el padre se colocó frente al niño y siguió con las oraciones del Ritual.
El poseso no cesaba de gritar: "¡Fuera de la porquería, roñoso!"
Pero cuando el exorcista pronunció en latín las palabras Gloria Patri et Filio, etc., el diablo, por boca del desgraciado niño quien, naturalmente, ignoraba el latín gritó: “No quiero!" Lo cual fue interpretado:
"no quiero rendir gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo."
 
Antes de leerle el Evangelio según San Juan, como está prescrito en el Ritual, el padre trazó sobre él la señal de la cruz, pero sucesivamente sobre la frente, sobre la boca y sobre el corazón, lo cual provocó nuevos aullidos. El poseso hasta trató de morderle la mano. El padre Souquat entabló entonces el siguiente diálogo, en alemán:
— ¡Espíritu de las tinieblas, serpiente aplastada, yo, sacerdote del
Señor, te ordeno, en nombre de Dios, que me digas quién eres!
— ¡Eso no te importa, roñoso, lo diré si quiero! . . .
—Esa es la misma actitud y la palabra altivas que tuviste con el
Todopoderoso, cuando te echó del Cielo. ¡Pero yo te lo repito, sal de aquí, Satán, sal de esta iglesia! ¡No es a la casa de Dios, sino a las
Tinieblas adonde tú perteneces!
— ¡No! — gritó Satán —. ¡No quiero: no ha llegado aún mi hora!
El exorcismo duraba ya tres horas. El sacerdote se hallaba agotado por el cansancio y empapado en sudor. Tuvo que suspender la ceremonia.
En cuanto el niño hubo salido de la capilla se serenó.
Por la noche hizo esta reflexión al abate Schrantzer, que había llevado esa tarde al exorcista en coche:
— ¡Ah, has hecho bien en deslizarle una medalla!
— ¿A quién?
— ¡Al cochero, pues!
 
El abate había dado, efectivamente, una medalla de San Benito al cochero que los llevaba, pero Thiébaut no había podido, sin lugar a duda, ver ese gesto. El padre prosiguió:
— ¿Cómo sabes eso? ¿Qué hubieras hecho sin eso?
—Hubiera volcado el coche con caballos y todo. ¡Yo galopaba al costado!...
—Oye, te hemos atormentado mucho: ¿sabes quién te bendijo? . . .
—Sí, claro que sí, ya ha echado a uno de nuestros señores. . .
En realidad el padre Souquat, bastantes años atrás, había echado al demonio de una casa. Pero ¿cómo podía saberlo el niño? Estos pequeños detalles confirmaron al padre Souquat en la convicción que ya tenía de que Thiébaut estaba realmente poseído. Se preparó en consecuencia la segunda sesión.

El asalto supremo

Al día siguiente, lunes 4 de octubre de 1869, a las dos de la tarde, en presencia de los mismos testigos, se inició de nuevo el exorcismo.
 
Habían atado fuertemente al niño en el sillón rojo y le habían puesto una camisa de fuerza. El diablo no dejó por ello de manifestar su  presencia. Súbitamente, en efecto, se vio al sillón con el niño elevarse por los aires, a pesar de los esfuerzos de tres fuertes muchachos que se aferraban a él para sujetarlo, y que fueron arrojados a derecha e izquierda. En el mismo momento, el poseso lanzaba horrendos rugidos y de su boca salían chorros de espuma.
Consiguieron dominarlo, sin embargo, y el exorcismo empezó. Al cabo de dos horas, después de haber leído las letanías y acabado las oraciones del Ritual, el padre se levantó e interpeló de nuevo al demonio en estos términos:
 
—Ahora, espíritu impuro, te ha llegado el momento. En nombre de la Iglesia Católica, en nombre de Dios, en mi nombre, sacerdote de
Dios, te ordeno que me digas cuántos son.
— ¡Eso no te importa, roñoso!
— ¡Esa es justamente la palabra de orgullo que tú tienes y que dicen en el Infierno! ¡Perteneces al abismo y no a la luz! ¡Regresa a él, espíritu impuro! . . .
 
— ¡No quiero volver allí: quiero ir a otra parte! . . .
— ¡Pues bien, Satán! ¡Te ordeno que me digas cuántos son! . . .
—Somos nada más que dos.
— ¿Cómo te llamas tú?"
—Oribas.
— ¿Y el otro?
—Ypés.
 
— ¡Pues bien, espíritus impuros, os lo ordeno, salid de la casa de
Dios: nada tenéis que hacer aquí! ¡Espíritus de perdición, salid de aquí: os lo ordeno en el nombre del Santísimo Sacramento! . . .
 
— ¡No quiero! ¡Roñoso! ¡No tienes ningún poder: mi hora no ha llegado todavía!
De nuevo el exorcista estaba empapado en sudor. Temblaba. Los presentes no estaban menos emocionados y hasta espantados. El padre Souquat volvió, no obstante, a la lucha. Tomando un crucifijo lo elevó delante del poseso, diciendo:

—Miserable Satán, no te atreves a mirar de frente esta imagen y vuelves el rostro para no verla y desafías al sacerdote. ¡Te lo ordeno, sal de aquí y regresa al Infierno que te está reservado! . . .
 
— ¡No quiero —gritó el demonio—, no se está bien a l l á!...