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miércoles, 11 de mayo de 2016

PACIENCIA DE SAN JOSÉ




                                               
  La paciencia es una virtud que enseña al hombre a poseerse a sí mismo en medio de las mayores tribulaciones y aun de los más grandes trabajos mediante la conformidad con la voluntad de Dios. Con ella las numerosas y pesadísimas cruces de la vida son llevadas valerosamente,  con calma y resignación y algunas veces hasta con gusto y alegría positiva de un corazón que ama a Dios.  

San José practicó la paciencia en el grado más heroico, porque puede afirmarse de él que sufrió todas las penas de los mortales. Sí, la vida de San José fue un andar continuo entre las espinas de mil trabajos, principalmente en los viajes, en las travesías ocultas y en las permanencias secretas. San José no despegaba sus labios, se abrazaba sufriendo con la tribulación y seguía impávido en medio de las dificultades, mas José lleno de paciencia callaba.

  Él se vio muchas veces como objeto de maldición, oprimido por los padecimientos, rodeado de atroces penas, seguido de espantosas tribulaciones, sitiado de la persecución diabólica que enfurecida se precipitaba hacia el Mesías y su conductor, y en esos lances callaba paciente conservando la paz del alma. Admiremos tanta paciencia, felicitémosle por su grandeza de ánimo en medio de la tribulación y examinemos por qué nos falta la paciencia.

  No somos pacientes, porque somos soberbios, porque no nos formamos una idea justa de las cosas, porque damos paso abierto a sentimientos llenos de exageración que nos impiden reflexionar debida y justamente, porque concedemos la entrada al amor propio que, ocupando el lugar del juicio, ocasiona todas las impaciencias. Para que tengamos al menos la paciencia necesaria, fijemos nuestra vista en Dios, que es un Dios de bondad, un Dios paciente con los hombres perversos que lo ofenden, hasta llenarlos de beneficios en el momento mismo en que recibe la injuria.

  Imitemos, pues, a San José, contemplemos su paciencia, pongamos en práctica sus mismos medios, pensemos en la Pasión del Salvador y en los dolores de María y de este modo podremos conseguir la paciencia.

  Todos somos criaturas de Dios y todos, consiguientemente, si recibimos de sus sagradas manos lo que nos gusta, hemos de recibir de las mismas lo que nos disgusta, y tanto más cuanto que la experiencia de todos los días nos enseña que nadie puede resistir a la voluntad de Dios. Cuando conformamos nuestra voluntad con la suya entonces practicamos la paciencia y el Señor nos premia todos sus actos. Esta máxima, que es de San Francisco de Sales, es lo que nos conviene para la práctica. San José con la práctica tan continua como perfecta de la paciencia, comunicaba un nuevo esmalte a sus divinas virtudes, y nosotros también con la práctica de la paciencia podremos adquirir la paz del alma, nuevo aumento en el fervor, nuevo valor a vista de los trabajos y aun nueva fuente de méritos, porque es cierto que con la paciencia llega uno a hacerse grande amigo de  Dios.

  ¡Oh pacientísimo José! Yo no puedo menos que admiraros y, al contemplar vuestra generosidad, os pido afectuosamente que no se pierda para mí vuestro ejemplo de paciencia. Llenadme de valor para seguiros en el camino de la tribulación, ya que es el más acertado para ser un día todo de Dios. Pero ¿qué son nuestros padecimientos comparados con los vuestros? Yo confieso que lo que tantas veces he llamado penas y trabajos ha sido más bien un triste efecto de mi amor propio y una resistencia que yo he puesto con la dureza de mi juicio. Por otra parte, ¿no somos pecadores? ¿No hemos gravado nuestras almas con muchas infidelidades? ¿No es verdad predicada por Jesucristo la necesidad positiva de la penitencia? ¿No somos discípulos del que murió en el calvario?  Glorioso señor San José, yo confieso que vuestra gloria no tanto pende de vuestra dignidad, cuanto de vuestra paciencia. Concededme la práctica de ella para que aprenda a sufrir algo por amor de Dios.

Las Glorias de San José