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martes, 5 de julio de 2016

TRATADO DE LA CONFIANZA CRISTIANA CONTRA EL ESPÍRITU DE PESIMISMO Y DESCONFIANZA Y CONTRA EL TEMOR EXCESIVO (2a Parte)





IV. Es un estorbo para el espíritu de recogimiento.

   1. El reconocimiento a las gracias que se han recibido, es obligación esencial de la devoción. Pero este reconocimiento supone necesariamente el conocimiento de las gracias y misericordias de Dios; y no puede ser vivo y activo, sino a proporción de lo que lo es el sentimiento que tiene de las gracias y misericordias recibidas: y este sentimiento nunca es vivo en un alma que tiene poca confianza en Dios. No se atreve a prometerse que recibirá mucho en adelante: y aún no se atreve a creer que ha recibido mucho en el pasado. Y con semejante disposición, ¿cómo los efectos de reconocimiento podrán ser vivos y capaces de hacer sobre su corazón profundas impresiones.?

   2. Si se le presenta algunas veces lo grande de las misericordias que Dios le ha hecho, y se le obliga a que las confiese, no por eso su reconocimiento se hace mas vivo y mas activo. Su esperanza, siempre débil y trémula, apenas le permite creer que es mas dichosa, o esta mas favorecida de Dios. Se siente como movida a creer, que todas estas grandes gracias no servirán sino para hacerla mas desgraciada, y para traer sobre sí mas rigurosa condenación: y estas reflexiones casi destruyen en ella la experiencia de las misericordias de Dios y el espíritu de reconocimiento; lo cual es un nuevo estorbo para el espíritu de oración, y para otras nuevas gracias que Dios le hubiera comunicado; “porque la ingratitud, dice san Bernardo, es un viento abrazador, que seca el manantial de las gracias, e impide que corran hacia nosotros”

V. Es un estorbo para el amor de Dios.

   1. Lo que disminuye tan fuertemente el sentimiento de las gracias y misericordias de Dios, enflaquece necesariamente el amor a este Señor. No se puede amar a Dios sino mientras nos parece amable; y no nos parece amable, sino a proporción de los que loa bienes que hemos recibido y esperamos recibir, nos parecen grandes, y hacen mayor impresión en nuestro corazón. No hay ningún cristiano tan desesperado que rehúse el amar a Dios; si pudiere persuadirse de que Dios lo ama y que le ama tanto, que quiere llegar a hacerlo eternamente participante del trono y reino de su Unigénito Hijo. Pero nadie puede amar sino se cree amado, si se cree desechado, si no tiene consuelo de agradar con su amor. Todo el fundamento de la virtud depende del amor; pero el mismo amor depende absolutamente de una viva persuasión de que Dios nos ama. Con que es menester ante todas estas cosas establecer en nuestro corazón esta viva persuasión, como el fundamento inmutable de toda devoción. Así el apóstol san Juan nos representa a todos los cristianos como unas personas convencidas de que Dios nos ama. “Nosotros hemos reconocido, dice en nombre de todos, y creemos el amor que Dios nos tiene.”

2. Pero no puede fijar en el entendimiento una verdad de tanto consuelo como esta, tan esencial para la devoción. Nos entretenemos en discurrir en lugar de creer. Todos, cuando les preguntan, dicen con la boca que creen; y hay mucho menos de lo que se piensa que estén íntimamente persuadidos de esto. Traemos en el fondo de nuestro corazón un principio íntimo de incredulidad, de perplejidad, de timidez, de desconfianza; y aún no hay persona alguna que se purifique enteramente de esta levadura.

   3. Nos dejamos seducir con este discurso tan ordinario: ¿Cómo hemos de creer ser tan participantes de la caridad y misericordia de Dios, cuando no vemos en nosotros mismos sino tinieblas, insensibilidad y una miseria tan universal y profunda que no podemos sufrir nosotros mismos? Pero los que así hablan, ¿reflexionan que contradicen públicamente a la Escritura, la cual nos enseña, que Dios nos amó primero antes que encontrase en nosotros nada que fuese digno de su amor? “El amor de Dios hacia nosotros, dice san Juan, consiste en que no somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino que Él mismo nos amó primero” San Pablo tiene gran cuidado de hacernos reparar, que Dios hizo brillar su misericordia con nosotros en el tiempo mismo en que éramos pecadores e impíos. El amor de Dios no supone nada amable en lo que ama; porque su amor es del todo gratuito y no tiene otro origen ni otro fundamento que una purísima misericordia.

   4. El amor de las criaturas es débil e indigente: siempre supone bondad en el objeto que ama y no lo produce; busca en las criaturas algún bien y con esto procura suplir alguna cortísima parte de su indigencia y de sus urgencias. Más como este amor es impotente, no puede mudar la naturaleza y calidades de los objetos: pero el amor de Dios es infinitamente rico e independiente de sus criaturas. Voz sois mi Dios, dice el profeta, porque no necesitas de mis bienes. Nuestro amor no puede hacerle mas dichoso. Encuentra en la infinita plenitud de su ser y sus perfecciones una soberana felicidad, que no puede tener aumento alguno, así como no puede padecer ninguna disminución. Dios nos ama porque quiere amarnos, porque es caridad, porque es la bondad y la misericordia misma; y no es necesario buscar otra razón de su amor. Como este amor omnipotente, no supone bondad en el objeto que ama sino que la produce en nosotros y con nosotros en el grado que quiere.

   5. Creemos , pues, que Dios es todo amor; que nos amó no obstante nuestra corrupción y nuestra indignidad. Reconozcamos y creamos, como san Juan nos lo ordena, la caridad que Dios nos tiene y empezaremos a estar penetrados de reconocimiento, de confianza y amor. No opongamos nuestra insensibilidad a nuestra confianza; contrapongamos, sí, nuestra confianza a nuestra insensibilidad. Nuestra dureza nos hace dudar que somos amados. Creámoslo y no seremos ya duros e incrédulos. Trabajemos sin cesar en destruir en nosotros estas raíces secretas que han infectado a los hombres; las que jamás enteramente se arrancan del corazón de los fieles; que hacen la fe mas lenta y menos viva; que suspenden las actividades de la esperanza y que son un preparado venenoso contra la caridad, la cual saca toda su fortaleza y su vida de aquella persuasión en que estamos de que Dios nos ama y quiere ser amado de nosotros. Conozcamos bien cuanto perjudica a nuestro amor para con Dios una esperanza débil y tímida; que no adelantaremos en este amor sino cuanto aumentemos la confianza de ser amados del Señor. No opongamos nuestras indisposiciones a nuestra esperanza, como si fuera preciso tener disposiciones perfectas para esperar, y como si estuviera en poder del hombre darle primero una cosa a Dios, y ofrecerle lo que no se haya recibido de su bondad enteramente gratuita. Siempre se ha de empezar afirmándose en esta esperanza; y con ella empiezan las disposiciones necesarias, mas grandes en unos, mas imperfectas en otros. Y muy distante de oponerse la necesidad de estas disposiciones a la esperanza; por el contrario, con la esperanza se ha de procurar alcanzarlas.